Postal geofantástica de la Cuenca de México  

Trenzada, en el pedregal de Copilco, la áspera colada basáltica de gruesos cabellos transpiraba, calentándome con su vaho de malpaís otoñal, su vapor ascendente me ganaba en la escalada ¡creí caer! La mañana apenas comenzaba a serlo y mis piernas se preparaban ante las extensiones presentidas, hileras de montañas me encerraban, en un giro completé mi vuelta asignándole a cada cima un tema; adivinaba que eran habitadas por nahuales y pensé en sincronizar mis pensamientos con la personalidad de cada ente. En Río Churubusco me aproximaba al límite de la meseta y tuve la impresión de que avanzaba sobre un escudo que me aislaba de antiguos lagos, plagados de civilizaciones perdidas. La vegetación invadía apenas, hace tres mil años, la colada que se precipitaba hacia su centro; ahora sólo pensaba en el blanco mate contenido en el medio de todo resplandor, invisible por la brillantez de su envolvente, la luna se confundía con su reflejo en el lago y mi gente no supo si fundaba al lago o al universo. El punto se volvió inmenso en mi atención prenatal, creí presenciar el inicio de los tiempos al quedarme sordo, lo mate se me mudó al oído, y fui testigo del fin-principio de todo, hasta el sonido fue engullido en un diminuto espacio negro; la planicie desapareció en la inmensidad del valle, o se fundió en ella, amalgamándonos en el cinabrio de una pintura rupestremente profética dentro del corazón de la última cueva de Chicomoztoc. Lo delgado del aire me volaba la razón. Bajé al valle gemelo, al del este, justo cuando el sol no podía subir más, pensé que era mi acción la que lo retenía, en eso me detuve, absorto en la contemplación de un cactus e imaginé la cantidad de garras de águila que lo habrían penetrado, asustado me pregunté ¿quién a mí me retendría, que punzadas tendría que sanar? Una vez en el arroyo seco acompañé a los peces que gozaban de su cómoda vida latente, enterrados y optimistas en lo próximo de los deshielos, sin saber que hace siglos que se acabaron las nieves; tras pensarlo un poco vacié mi cantimplora para darles esperanza, dibujé mi ollin en la arena salitrosa y al hacerlo comprendí que debía seguir el rumbo de las sombras que se dibujaban sobre la cordillera anular. Me desmonté por donde lo haría cualquier cauce, ligero en mi descenso se me volvió tremenda la percepción, me gustó cómo estaba mi cuenca de México, hasta tuve la revelación de ser sólo una de tantas repeticiones a escala, obedeciendo a ciertos patrón con una de tantas atrayentes voluntariosas. ¡Camina por el fondo de un antiguo arroyo abrazado de intermitentes corrientes y escucharás los ecos viriles de todas las matrices! Ya sobre los deltas amalgamados todo se hizo poligonal, intenté unir las grietas con mis pisadas y avanzar en espiral, como la haría un remolino, giraba en sentido horario y me pregunté: ¿cómo serpentearía la fila de huicholes de tener que caminar al sur del continente? Lejos, las colinas se aplastaban por mi abandono, ¡y yo que creía que era responsabilidad del tiempo! Hace tres meses decidí sentarme en lo más alto del Xitle y quedarme 10 millones de años mirando el vientre de la Iztaccihuatl.

Xotlatzin >< :>
Sábado 11 de julio de 2009; 14:53 hrs.


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No me fatiga la tempestad sino la náusea (Séneca).