Cuetzpallin  

El problema, aunque no sé si pueda llamársele así, es que me parece que nací con un reloj de iguana. Xotlatzin (1997), en Confesiones Íntimas.

Una amiga que se llamó, o se llama, Eufemia, se quedó algunos meses en mi cuarto sin decir una palabra, era de sangre fría por supuesto. La tenía que forzar a comer, pues cuando se sumía en reflexiones era imposible volverla de su trance, entonces la sacaba al sol y esperaba a que abriera la boca para refrescarse, era cuando la atragantaba con mango o papaya y ella se convulsionaba, parecía que su alimento fuera de otra naturaleza, que sus ojos idos miraran sólo hacia sus adentros; yo creo que sus ojos no eran de ella, que pertenecían al mundo y que cualquiera que se diera cuenta podía escudriñar a través de ellos. Yo me vestía siempre con su piel de escamas.

Un día desperté sorprendido porque todo tenía una pátina inusual, el café era café y yo estaba feliz de que lo fuera, mi compañera me miraba con su vista ciega, yo estaba francamente absorto en sus ojos amarillos hasta quedar suspendido en un mundo atemporal, no era estático, pero en nuestra percepción pasaba todo de manera tan lenta que creí que todos morirían prematuramente, aspiré tres veces y un amigo tuvo dos hijos, ya nadie me reconoció.

Quise matar a mi compañera y romper la membrana que me aislaba de la corriente que no me arrastraba, Eufemia movió la cabeza y en lo que duró su único parpadeo descubrí que era una simple iguana ordinaria de color cemento fraguado, imbécil por el embrutecedor efecto que tiene para los reptiles el clima frío y la altitud del Anáhuac.

Regalé a Eufemia a una señora costeña y me olvidé del asunto, un año fatigoso que me pareció un siglo me arrastró en sus vértigos e ilusiones, en sus sentidos y en sus euforias.

Un día desperté sorprendido porque no me importó que el café fuera café, nada tenía matiz, todo era acartonado, como si el mundo se pintara de la piel de Eufemia, el niño de la facultad nunca volvió a ser niño, una roca de 3000 años me pareció increíblemente ordinaria, el viento me calcó la cara de soplos fríos y secos que bajaban de la montaña. Creo que de eso se alimentaba mi amiga la iguana.

Paladee la tarde con sus rojizas ráfagas, oí tambores milenarios grabados en mis torrentes capilares, manché de obsidiana el disco del poniente y se sonrojó la luna, me enamoré de esa noche que me murmuraba.

Los tonos de la tarde encendieron la cordillera de mi cuenca, era el lomo de otra iguana el que me enrollaba, el que me aspiraba y de mí se alimentaba.

Xotlatzin >
1 de agosto de 1997; 22:01 hrs.
Modificado el 26 de marzo de 2008; 20:58 hrs.


0 comments: to “ Cuetzpallin

My photo
No me fatiga la tempestad sino la náusea (Séneca).