Desenmarañándolo todo  

Allí estaba él, sentado en el asiento del copiloto, no era la primera vez que viajábamos y siempre me acongojaba el estar consciente de la brillantez del doctor; hubiera preferido ignorar su superioridad para no tener la sensación de estar obligado a usar mi privilegio de entablar una conversación.

Durante meses acudí cada día a su oficina, él me mostraba la forma correcta de mover los continentes, su truco era muy simple y nada nuevo. Recuerdo que en el libro de M. Ende, La historia sin fin, Atreyu desmoronó a las efigies con la simple fórmula de no tener miedo; así mi maestro recomendaba no dejarse intimidar por las complicaciones, si aparecía algo en aparente contradicción con su hipótesis, simplemente había que generalizar un poco más, sacar del juego lo que estorbara disminuyendo la escala del modelo para evitar que los detalles nos confundieran.

La genialidad estriba en actuar localmente y pensar globalmente, si la acción no impacta al universo, entonces esa acción es inútil, o el detalle es irrelevante.

Pensé en tocar un tema ajeno a la ciencia, pero su hipnotismo en las carreteras lo sumía en sus adentros, su mirada se fugaba y se quedaba extasiado, quizás sólo estaba adormecido con sus más de ochenta años a cuestas. Se me ocurrió preguntarle por Robert Burns, su consejo fue que hablara con el doctor R., nativo de Escocia y aficionado a las coplas, se disculpó por ignorar del tema a la vez que me recitaba estrofas y me resumía la vida del poeta. -Pero no sé decirte más, – me dijo; – ¡Ni siquiera sé qué es la poesía!

Regresó a su estupor y yo me contenté con manejar extremando precauciones, pensé en los trabajadores encargados de preservar las obras de Miguel Ángel y los compadecí, ¡qué angustia es tener en las manos una maravilla de éste mundo!

Volví del aeropuerto, el doctor se despidió con el mismo cuidado con el que dejamos una barra de jabón cuando ya nos estamos enjuagando. Por mi mente las conjeturas se empezaban a enredar y los por qués se apelotonaban en mis delgadas conexiones neuronales; me relajé y el sol azul plomizo de la mañana zarandeaba al viento para desfigurarme la cara. -¡Olvídate de detalles sin importancia! –Me dije en voz muy baja.

Xotlatzin >< :>

viernes 16 de mayo de 2008; 23:32 hrs.


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No me fatiga la tempestad sino la náusea (Séneca).