A leer para cimbrar las plazas  

El domingo fui a comprar un libro; estando en Texas pensé que era buena idea ir a un centro comercial y meterme en una de esas impresionantes librerías que lo tienen todo; me lancé lleno de ironía contra la sección de historia. Había veinte metros de largo por 2.5 de alto de estantes repletos de libros que trataban únicamente sobre la historia de los Estados Unidos de Norteamérica, como tema especial, la anexión de Texas a la Unión Americana con todo y su Hollywoodesca versión del Álamo.

Cada ejemplar había sido clasificado por época, pero contra la ignorancia o la distracción, la sucursal de la cadena Borders cuenta con el apoyo de una flotilla de por lo menos quince trabajadores armados de cinco computadoras de apoyo para localizar lo que fuse menester y, en caso extremo de andar buscando excentricidades, siempre queda el recurso tecnológico del internet para “ordenar” que nos manden lo que el que paga mande y diga, de donde sea necesario y sin costos extra.

De vuelta en casa tomé la cinta métrica y medí una pequeña repisa de mi librero; en un área de 85 cm de largo por 30 cm de alto tengo 33 libros, 30 para nuestros fines aritméticos; si aceptamos mi resultado como proporción representativa de número de libros por área, en Borders debería de haber cerca de seis mil libros de historia en esos cincuenta metros cuadrados de su sección de historia; si en toda la ciudad hubiera 50 librerías parecidas, sumándole las otras prestigiadas compañías, querría decir que en la metrópolis podría haber cerca de trescientos mil libros de historia en venta.

En una sociedad donde hay tal oferta debe haber una demanda proporcional; éste es un argumento que me hace pensar que los ciudadanos de los Estados Unidos de Norteamérica leen, y leen mucho, o por lo menos compran bastantes libros.

Ahora bien, como era de pensarse, la mayoría de estas publicaciones contienen la historia oficial de los últimos 150 años para éste lado norte del Río Bravo, pero con gusto debo decir que no todos los que hojee son así, hay una respetable minoría de textos objetivos.

Un libro promedio en Texas cuesta entre diez y veinte dólares, en México el mismo libro cuesta entre veinte y treinta dólares, favor de tomar en cuenta los salarios en cada país antes de sacar conjeturas.

En cualquier ciudad americana los pasatiempos y los amigos están aún más disminuidos que los salarios en México (Kunstler, 1994), así que el espulgar más minuciosamente esos estantes se antoja como buen plan, eso sí, siempre con el as de la lectura entre líneas bajo la manga, ¡no vaya siendo que haya gato encerrado!

Si la mitad de esos libros se leen, pronostico que pronto surgirán más Emersons, Thoreaus, Bolívares; calles, plazas y ciudades cambiarán sus nombres, los americanos de todo el continente conviviremos por todos lados enriquecidos y el mundo no estará tan adolorido. Si eso no pasa, entonces los libros sólo para adorno fueron adquiridos.

Ésta referencia promete una nueva emisión: Kunstler, J. H., 1994, The geography of nowhere: the rise and decline of America’s man-made landscape: New York, Touchstone; Simon and Schster, 303 p.

Xotlatzin >< :>

lunes 19 de mayo de 2008; 22:31 hrs.


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No me fatiga la tempestad sino la náusea (Séneca).