Pequeños abusos
Ayer un profesor y científico joven, al que apreciaba, nos pidió ayuda a mi única amiga y a mí. Su petición era más un mandato que una pregunta: -¡Tengo una tarea para ustedes “guys”!
Mi filtro de nobleza se ha tapado un poco por tanta mierda que le ha caído, pero no obstante acepté acudir al apoyo sin pasar más allá de la segunda pregunta. Se trataba de una cosa sin mucha importancia; desocupar un librero de empolvados tomos publicados antes de los noventas (algunos de ellos, pocos, muy atractivos) y amontonarlos en un salón a no más de diez metros de su sitio.
Aproveché la situación en la que mi “no” mudo me había metido y pensé que un poco de sudor era la bendición del día. Dijo el Dr. T. que iría a buscar a más estudiantes para que nos ayudaran, después de eso lo vimos de vez en cuando como verificando que todo marchara bien y preguntándonos si alguien se había aparecido.
En una hora terminamos con la imposición que nosotros mismos habíamos concedido cuando noté que el precoz doctor de 36 años charlaba con el director, tomaba café y nos veían en aparente aprobación de nuestro trabajo recién concluido.
Pensé que todo el incidente había sido una buena lección para poner más cuidado en la previa evaluación de todo lo que conlleva el pedir favores. El Dr. T. evidenció su repudio al trabajo físico, se cobijó por una hora con pretextos para no ayudarnos a resolver un problema que era suyo, le tuvo que agregar unas cucharadas de cinismo a su café para poder tragarlo frente a nosotros, también bajó sus propios estándares para decidirse a pedir auxilio. Lo más vergonzoso es que pareció no darse cuenta de nada.
¡Cuántos atropellos así habré yo cometido!
Xotlatzin >< :>
martes 20 de mayo de 2008; 23:00 hrs.
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